"ASADO", la miniserie

Hace tiempo que recibo pedidos de retornar a los comentarios sobre la realidad política. Y en los últimos días los correos en ese sentido han aumentado exponencialmente, supongo que por la aparente complejización del escenario político nacional y la sucesiva aparición de inesperades candidates. Pero la literatura política está un poco pasada de moda, así que mejor hagamos un miniserie.
Capítulo 1. Washington D.C., capital de los Estado Unidos. Oficina lujosa, mesa larga y profusos aromas a perfumes caros. Café, whisky, un mozo que entra y sale con apetecibles bocadillos dulces. Un par de musculosos con trajes negros, cuidan la puerta grande de madera lustrada. Una mujer de pelo blanco y nariz filosa habla inglés con acento afrancesado. «Esa es la situación Donald, les hemos dado más de lo que debíamos y esta gente ha hecho un desastre, no la van a devolver, en el gobierno no trabaja nadie, se pelean entre ellos para llevársela....». Se hace un silencio incómodo y ella sorbe un trago de café elegantemente, sin hacer ruido. El hombre rubio sentado en la cabecera de la mesa arruga la frente y hace una mueca de hastío. «Ya está hecho, Christine, no me rompas... ahora hay que buscar soluciones, lo que no sirve se cambia. ¿Cómo se llama ese que vino el otro día... el senador? Ese parece un tipo razonable». La mujer lo mira con gesto de sorprendida. «Pero ese es peronista, Donald, es de la oposición, trabajó para los populistas».
«Ahhhhh....», exclama el rubio grandote antes de tomar un trago de whisky haciendo una ruidosa gárgara. «Más vale fakin peronista pagador que sanofpichs que se la llevan, querida Christine. Llamalo, acordate que te jugás el puesto». Se sirve más de la botella. «Además dear friend, estos inútiles no llegan a octubre, y ahí no cobra nadie, llamalo al fakin peronista y que al menos garantice un poco de normalidad hasta las elecciones, después vemos... Estos te están empomando Christine, son una banda de atorrantes, vagos y ladronzuelos». La mujer de nariz prominente asiente con la cabeza, mientras engulle una bomba de crema que le deja una aureola amarillenta alrededor de los labios.
Capítulo 2. En Buenos Aires son las cinco de la mañana, suena el celular y el hombre medio dormido manotea el aipad, conoce ese número; atiende. «Yes madam..., yes madam.... ¿con el aval de mister president?.... yes madam.... ¿Mauricio ya recibió la orden?... yes madam...». El hombre apaga el celular y ya no puede dormir. Espera el amanecer sentado en la cama y escuchando como su corazón se desboca. Unas gotas de sudor frío le ruedan por la frente.
Capítulo 3. En la casa Rosada hay ambiente de velorio. Marquitos es el primero en enterarse, sale de la oficina de su jefe e inmediatamente lo llama al ecuatoriano. «Cagamos Jaime, el namber guan entregó el rosquete, le dieron un voleo en el orto, a él y a todos nosotros. Agarran la manija los peronchos, Rogelio, Monzó, toda esa runfla choriplanera que se nos coló en el dos mil quince. ¿Te das cuenta Jaime? Yo ya empecé el papeleo para la cuenta en Panamá. Maiquel va a ser el vice... pero ya manda él. Mauri me dijo que desde ahora tengo que reportar a Maiquel, ¿entendés?¿qué hago con los trolls, les tengo que garpar indemnización?».
Capítulo 4. El sol del mediodía se desparrama generoso sobre una quinta del Gran Buenos Aires. Un señor petiso y regordete acomoda las brasas en la parrilla, donde empiezan a crepitar chinchulines, riñoncitos, un matambre, algunas tiras de costilla. «Chiche ¿compraste el pan?», le pregunta a una mujer que desde la cocina responde afirmativamente, mientras prepara las ensaladas. Los invitados son pocos, van llegando de uno en uno y ocupan el lugar en la mesa que les indica el asador y anfitrión. Entre charlas amables y alguna anécdota de los viejos tiempos, van picando unos salamines, queso y pan casero. Cuando llega ella, todos se ponen de pie para recibirla. El anfitrión le acomoda la silla para que se siente en la cabecera, a su derecha se sienta él. «Vení Chiche que empezamos», dice el gordito. Y levanta su copa de vino tinto. «Compañeras, compañeros, brindemos por este encuentro. Gracias por venir... Alberto, Roberto, Miguel, Sergio, Axel, Juan Manuel... y especialmente usted, señora... Por la Patria, como decía el General». Todos y todas alzan sus copas, «por la Patria», responden a coro.
Capítulo 5. Seguimos en la quinta del Gran Buenos Aires, donde los comensales ya terminaron el flan con dulce de leche. Mientras la jarra con café pasa de mano en mano, todas las miradas se clavan en la mujer sentada en la cabecera. Se hace un respetuoso silencio y ella sonríe. «Sinceramente... tengo que felicitarlos, especialmente a usted Eduardo, todo ha salido como esperábamos. Ahora solo debemos reafirmar algunas coincidencias. Usted Miguel, gobierne tranquilo hasta diciembre, dele a Mauricio todas las vacaciones que le pida. Roberto, Juan Manuel, muy buena esa imagen de seriedad y equilibrio, sigan así. Sergio, lo tuyo será reconocido por la historia. Axel, estamos con vos, tu batalla será decisiva. A vos Alberto, que te puedo decir, no quiero desmerecer a nadie, pero sabés que sobre todo vos contás conmigo... Y vuelvo a usted Eduardo, sinceramente... mis felicitaciones».
El hombre regordete se pone de pie con su copa en la mano. «Gracias señora, a usted y a todos. Por suerte hemos terminado con esta anomalía transitoria que nos puso al borde la disolución como país. Ahora tenemos la tranquilidad de saber que, gane quien gane en octubre, el 10 de diciembre gobernará un peronista y saldremos adelante..., cerrada esta etapa negra de la historia, volvemos a estar condenados al éxito... salud, y que gane el mejor». La cámara se aleja, necesitamos un dron para la escena final. No sé que presupuesto nos dará Netflix, pero algo vamos a inventar. H.B.